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miércoles, 18 de noviembre de 2009

MEMORIA COLECTIVA

Lo que me convoca a articular las siguientes páginas obedece a mi interés por recrear una iniciativa desde la perspectiva psicológica que favorezca la construcción de una Memoria Colectiva en torno a violaciones de los derechos humanos e infracciones a las normas del derecho internacional humanitario. Sin embargo, considero que no es tarea fácil, se requiere de numerosos esfuerzos en los que se hace necesario tener en cuenta no sólo la realidad individual sino también la realidad colectiva resultado de la presencia de dos o más sujetos; comprender las dimensiones del contexto socio-político colombiano, el funcionamiento de las altas estructuras del estado, no sólo en términos de operatividad sino bajo la dinámica y cualidades que asume el estado como grupalidad psíquica. Implica también interrogarnos respecto a cuál es la fantasía de país, guerra y conflicto que tiene el gobierno y cuál es la fantasía que tiene el pueblo al respecto y las posibilidades de convergencia entre ambas partes, así mismo es importante interrogar temas como la impunidad y el valor de la memoria para consolidar dispositivos educativos y terapéuticos que contribuyan a desactivar los mecanismos que han hecho posible el horror en muchas sociedades pero en particular la nuestra.



Como se trata de una propuesta que apunte a la construcción de la memoria colectiva conviene comprender el significado del término. El concepto de memoria colectiva fue introducido por el sociólogo francés Maurice Halbwachs. El concebía la memoria colectiva como el proceso social de reconstrucción del pasado vivido y experimentado por un determinado grupo, comunidad o sociedad. Halbwachs diferenciaba la historia, de la memoria colectiva. Para él, la primera pretende dar cuenta de las transformaciones de la sociedad mientras que la memoria colectiva insiste en asegurar la permanencia del tiempo y la homogeneidad de la vida como un intento por mostrar que el pasado permanece, que nada ha cambiado dentro del grupo y, por ende, junto con el pasado, la identidad de ese grupo también permanece, así como sus proyectos. En este sentido, la historia es informativa y la memoria es comunicativa. Le interesan las experiencias verídicas, más no los datos verídicos. En si, la memoria colectiva, agrupa a las memorias individuales, pero no se confunde con ellas.



La memoria histórica persigue un relato objetivo, unitario y coherente acerca de lo sucedido en el tiempo pasado. Se trata de un relato especial que adopta el signo de la presencia, lo mismo y lo idéntico, de una narración científica que aspira conocer lo que aconteció. No tiene como referentes la comprensión y el compromiso; sino la racionalidad, la explicación y el distanciamiento, se interesa por un pasado que se encontraría desvinculado de las trayectorias vitales de quienes habitan en el tiempo presente. La memoria colectiva por el contrario es más sensible y comprometida con el presente pero también es menos rigurosa, objetiva e imparcial, es propio de ésta ser vivida y experimentada, no surge sólo de las vivencias individuales, se forma en relación con unos marcos sociales más amplios, estables y estructurados. El marco social, constituye un sistema de percepción que nutre y condiciona las formas de pensamiento y de valoración de las memorias colectivas propias de cada una de las agrupaciones. Los principales marcos sociales serían los temporales, los espaciales y los lingüísticos, estos no están formados por esquemas totalmente fijos, cerrados o estáticos; sino por estructuras abiertas, cambiantes y dinámicas que abarcan las ideas de lo abstracto, los conceptos y lo consciente como lo sensible, lo concreto, las imágenes y lo preconsciente.



La memoria colectiva es una memoria que se construye, mantiene y transforma socialmente. Los recuerdos se transmiten por vía oral, personal e informal y se alude a un pasado que fue en cierto sentido vivido y experimentado, el cual, es continuamente evocado, trasmitido y reinterpretado y su contenido es claramente local, intimo y subjetivo, tiene un significado parcial y personal pues habla de personas que conocimos y comprendimos, de objetos que observamos y distinguimos y de sucesos en los que estuvimos implicados o involucrados.



Para Halbwachs (citado por Pérez-Agote Aguirre 2008), alrededor de la memoria colectiva giran los procesos de producción y reproducción de la sociedad, por lo que su papel socializador es más que evidente. El proceso de socialización comienza en la interacción de memoria individual y colectiva. Es un lazo que se establece en el momento en que se producen la continuidad de la experiencia y la identidad tendiendo lazos entre el presente y el pasado. Su sociología de la memoria es tanto una sociología del proceso de socialización como una sociología de la moral. En esta línea, la socialización se entiende como un proceso intersubjetivo puesto que la continuidad de la experiencia, es a la vez resultado y proceso de comunicación. En términos de Halbwachs, “solo puedo acordarme de mi recordando a los otros y, que, a su vez, me recuerdan a mi”.



Namer (citado por Farfán 2008), sitúa el proyecto de una sociología de la memoria de Halbwachs, como un movimiento cultural que caracteriza a toda Europa desde el siglo XIX, donde el deber de la memoria se constituye en un impulso ético bajo el cual, se adquiere conciencia del conflicto que conlleva a la transformación de las sociedades rurales tradicionales y autoritarias en urbanas, modernas, industriales y democráticas, que estableció una lucha en la que se enfrentaron los defensores conservadores de un pasado, devotos del valor de la tradición, y, aquellos que se identifican con el nuevo presente y la modernidad desde donde concebían la reinvención del pasado.



Uno de los problemas más significativos de las sociedades modernas en torno a la memoria colectiva ha sido su triunfante esfuerzo por encubrir esas memorias colectivas disidentes y discrepantes de forma sesgada y parcializada. Vivir en sociedad implica por si mismo, disentir y discrepar juntos, afirma (Larrión 2008). Empero, la gestión del pasado no obedece a la voluntad general de todos los miembros de la comunidad sino sólo a la voluntad de unos sobre otros, lo que hace que los marcos sociales de la memoria no sean robustos y homogéneos; sino endebles y heterogéneos. Condición que coloca objeciones a la historia, ya que, deja de ser universalmente compartida y se constituye en un relato parcial y sesgado que sólo encuentra reconocimiento entre quienes participan de los intereses y los valores de grupos dominantes.



Lo anterior, introduce a las sociedades modernas en medio de numerosas contradicciones, por un lado, defienden la virtud de una memoria aparentemente justa, positiva y equitativa; y por otro resaltan las posibles virtudes de la desmemoria, considerando que el olvido, si es bien gestionado permite abandonar los recuerdos paralizantes y desagradables y genera nuevas identidades y memorias colectivas. Consideran que los sucesos del pasado deben ser evocados a veces, con la única finalidad de aprender de ellos y fundar renovados escenarios que garanticen una convivencia pacífica y equilibrada, resaltan que el olvido dificulta el conocimiento de las responsabilidades y asunción moral de las culpas; pero también fomenta la formación de una nueva identidad nacional forjada sobre los óptimos pilares del consenso y la reconciliación o la modernización. Por un lado es bueno y positivo saber y por el otro no sería conveniente saber demasiado. (Larrión 2008).



Desde el punto de vista psicoanalítico (Bohleber 2007), realiza un recorrido en torno a la teoría de Freud acerca de la memoria. Según Freud, el objetivo del tratamiento analítico consiste en traer a la conciencia los recuerdos reprimidos de la vida psíquica temprana. Para este, los recuerdos eran reanimaciones de restos mnémicos concebidos como imágenes de procesos psíquicos previos y el pasado puede reproducirse únicamente levantando la represión y reelaborando los conflictos.



En relación con lo anterior, las percepciones se almacenan en la memoria como huellas mnémicas y hay varios sistemas superpuestos de memoria que ordenan las huellas mnémicas, almacenadas varias veces como duplicados de acuerdo con determinados principios. El primer sistema de la memoria, asocia los elementos según el principio de su simultaneidad temporal; luego hay sistemas subordinados que los representan según otras formas de concurrencia, como las relaciones de similitud o de contigüidad. Inicialmente, los recuerdos de las impresiones y experiencias del pasado pueden recuperarse intactos, pero no es lo que ocurre generalmente con los recuerdos inconscientes asociados con elementos de la memoria, que dan origen a desplazamientos y represiones. Bajo esta lógica, la emergencia de los recuerdos se conecta entonces con el destino de las pulsiones (Bohleber 2007).



Freud consideraba que era necesario, llenar los vacíos de memoria o las lagunas del recuerdo, venciendo las resistencias de la represión como objetivo del tratamiento. Su método, plantea que la persona debe recordar las experiencias específicas y los impulsos afectivos que éstas evocan porque sólo de esta manera puede convencerse de que lo que aparenta ser realidad es un componente del pasado que ha sido olvidado. En consecuencia, lo que se recuerda, entonces, no son los hechos o sucesos en sí mismos, sino su procesamiento psíquico. Si el terapeuta consigue tramitar mediante el trabajo del recuerdo algo que el paciente preferiría descargar por medio de una acción, lo celebra como un triunfo de la cura (Bohleber 2007).



Sin embargo cuando lo anterior no se logra, porque el material olvidado y reprimido suele ser repetido como un acto y no reproducido como un recuerdo, el impulso de recordar hace que aparezca la compulsión de repetición, cuyo campo de acción es la transferencia que en el trabajo analítico debe ser interpretada para que conduzca a la emergencia de los recuerdos, una vez vencidas las resistencias (Bohleber 2007).



La psicología del Yo, desplaza el foco de la labor analítica del recuerdo de los sucesos de la historia personal, a la reconstrucción a partir del material que surge en la sesión, con el objetivo de reconstruir, comprender y rastrear el sentido del suceso original y la fantasía inconsciente al que se encuentra asociado. La rememoración y la reconstrucción se consolidan como evidencia terapéutica a través de la identificación de la conexión causal directa con los efectos psíquicos permanentes del suceso. Posteriormente ganan auge nuevas consideraciones teóricas como la teoría de las relaciones objétales, el narrativismo y el constructivismo. De acuerdo con el narrativismo, nunca tomamos contacto con el recuerdo efectivo, sino más bien con la descripción que la persona hace de él (Bohleber 2007).



Desde el psicoanálisis vincular Puget (2000), en el texto, “traumatismo social: memoria social y sentimiento de pertenencia” propone que para abordar los traumatismos sociales, es necesario encarar el psiquismo y los actos que lo conforman, desde la vertiente intrasubjetiva e íntersubjetiva. Esta última entendida como un espacio dotado de una potencialidad que proviene del efecto de presencias mutuas, donde la singularidad va siendo ubicada afuera del vinculo y constituye parte del inconsciente vincular. En esta línea, cuando se da un status específico a los traumatismos es posible ubicarlos en la vincularidad, haciendo posible pensar “¿cómo transformar una memoria que sólo lleva a la repetición y a la congelación de una estructura vincular, en una memoria activa que instaure un olvido necesario e inevitable?”



Puget (2000), reconoce, que diversos tipos de memoria conservan una cualidad estimulante para la transformación constructiva de marcas originadas a partir de los genocidios y catástrofes sociales que continúan produciéndose en la actualidad e intenta establecer un modelo para pensar este tipo de problemas, que conduce a encontrar nuevas dimensiones para el mundo psíquico y diferenciar realidades subjetivantes.



La autora expresa que el traumatismo social hace referencia a un evento que afecta a un conjunto y provoca una interrupción en las modalidades de intercambio proponiendo modalidades subjetivas que cobran significado en función del evento traumático y exigen nuevas prácticas acordes al mismo, imponiendo “un hacer” en función de algo que tiene que ver con lo imprevisto. En este sentido el conjunto puede sufrir una desorganización o por el contrario una fijación, dado que el evento ha impuesto una significación que obstaculiza la simbolización y la complejidad de la vincularidad, al introducir bruscamente un estado inesperado que se torna imposible de ser pensado con otro nivel de abstracción.



El poder nombrar, dice Puget (2000), es ya el inicio de un trabajo de simbolización. Que a mi modo de ver alude al ámbito de la comprensión y la reinterpretación de la memoria y en este caso de acuerdo con los planteamientos de la autora, da un pasaje de memoria traumática a memoria activa. Así si se fijan ciertas modalidades de relación que se apoyan en la inscripción lo que Puget denominó memoria social traumática la cual se activa en presencia de otros y reproduce el mismo tipo de prácticas y de modalidad vincular, se puede pensar y trabajar esta dinámica para que ayude a que la historia no se repita, pues siempre que los sujetos puedan encontrar modalidades de trabajo y de elaboración en el interior mismo del grupo se podría considerar pensar que las inscripciones de los traumas llamados sociales ocuparían un lugar en la memoria singular y en la memoria colectiva; y que su transformación sería resultado de un trabajo tanto al nivel de lo singular como de lo vincular y de los vínculos sociales.



En el contexto colombiano, el tema de la memoria se enmarca técnicamente como un área de investigación de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación que tiene la misión de elaborar una narrativa integradora e incluyente sobre las razones para el surgimiento y la evolución de los grupos armados ilegales, así como sobre las memorias que se han gestado en medio del conflicto armado, con opción preferencial por las de las víctimas y por las que han sido suprimidas o silenciadas.



En esta línea, tal como es concebida, la memoria histórica tiene un papel importante en lo político, en los procesos de democratización en situaciones de conflicto, en los escenarios para el diálogo, la negociación y el reconocimiento de las diferencias con miras a un proyecto incluyente, en las formas de reparación que complementan pero no sustituye las obligaciones de reparación del Estado y la sociedad, en los mecanismos de empoderamiento de las víctimas, en el reconocimiento de la verdad como derecho inalienable de las víctimas y de la sociedad.



La memoria histórica es una discusión del presente, no sólo las víctimas, sino la sociedad, en general necesita recordar los hechos violentos ocurridos debido a que su vida está inmersa en la victimización. La memoria histórica no es la memoria de un evento concreto como una masacre o un desplazamiento, sino del conjunto de relaciones de poder que están detrás y que lo causaron. En este caso la memoria histórica no es una simple recolección de datos como lo presenta la historia, es memoria colectiva porque requiere de una construcción que procura la comprensión. Es preciso interpelar tanto al Estado como a toda la sociedad por los silencios y los olvidos que prosperaron en torno al horror, por haberse negado a aceptar lo que en verdad era real. No se puede continuar viviendo como si no hubiera pasado nada, conviene explicar a las personas y a las sociedades los hechos traumáticos para procesarlos y recrear una nueva narrativa de los mismos.



La relevancia de la memoria en el caso del conflicto colombiano, se expresa en la necesidad de esclarecimiento de los hechos, la visibilización de las impunidades, de las complicidades activas y los silencios; de la reparación en el plano simbólico al constituirse como espacio de duelo y denuncia para las victimas; y el reconocimiento del sufrimiento social y de afirmación de los limites éticos y morales que las colectividades deben imponer a la violencia. Conviene hacer memoria y dejar de contribuir a la amnesia, porque de una u otra forma esta hace que la historia se repita y se viva como pesadilla. Es necesario aprender del pasado y del sentido que tiene para poder transformar el presente. Es aquí donde emerge el valor terapéutico y preventivo de la memoria, en el reconocimiento social y en la justicia desde la esfera psicológica, social y política. Es necesario saber qué pasó, de lo contrario se peligraría de quedar excluidos de nuevos proyectos personales y colectivos.



La historia que se cuenta eleva la memoria a su máxima expresión hacia la capacidad de comprensión de las relaciones de poder que se gestaron en los hechos violentos, abre la posibilidad de reconciliación de las personas con sus experiencias pasadas, pues las experiencias se comparten con los otros, si se les da una dimensión social facilitan la integración psíquica y emocional. Nombrar lo intolerable es abrir camino a la esperanza a la demanda de nuevas bases para la convivencia ya no fundadas en la posesión de las armas o el poder de coacción.



La memoria no nos lleva a vivir mirando hacia atrás. El pasado no es una carga de la que librarse. El pasado no tira hacia atrás sino que nos presiona hacia delante, hacia el futuro, debe ser visto como una fuerza y no como una carga que el hombre tiene que acarrear. Bien lo diría Arendt, cuando se refiere al totalitarismo la terrible originalidad de los totalitarismos no se debe a que alguna “idea” nueva haya entrado en el mundo, sino al hecho de que sus acciones rompen con todas nuestras tradiciones, han pulverizado literalmente nuestras categorías de pensamiento político y nuestros criterios de juicio moral. Entender el totalitarismo no significa perdonar nada, sino reconciliarnos con un mundo en el que cosas como éstas son posibles.



Construir memoria colectiva en un país como Colombia requiere de un fuerte ejercicio educativo en todas las esferas sociales y en todas las escalas. El mejor homenaje que se le podría hacer a la sociología de la memoria de Halbwachs es defender la memoria desde la educación (Pérez –Agote 2008). La escuela cumple un papel importante en el proceso de socialización de las personas, la enseñanza de la historia como de otras asignaturas debe estar mediada por la memoria comprensiva de los hechos cotidianos. La escuela debe interesarse y poner atención en los marcos sociales de la memoria, el tiempo, el espacio, el lenguaje y los sucesos históricos o políticos desde la dimensión emocional. Necesitamos condiciones para enfrentar aquello que perturba su identidad, el orden sistemático. Necesitamos una sociedad donde podamos construir una fantasía de país, de estado y de vida convergente, y esto quiere decir una sociedad plural; porque la convergencia no tendría sentido sin la diferencia. No necesitamos una sociedad idealizada, sólo un canal que convoque y valide el respeto de los derechos humanos, los límites, el lugar de lo sagrado, de la palabra y de la memoria.



A mi manera de ver se deberían abrir cátedras públicas gratuitas denominadas por ejemplo “historia y memoria” o “vivir para contarla” -como llamó García Márquez a su libro autobiográfico-, enmarcadas desde la dimensión ética, moral, ciudadana y emocional, al estilo de un seminario acorde con cada contexto y desde allí, consolidar un espacio de reflexión conjunta, de construcción con los otros, desde los saberes más elementales. A lo que me refiero es a la dinamización de un espacio incluyente, plural, implicador de todas las urbes sociales, que acerque a la comprensión de la cotidianidad, no sólo local sino nacional, un espacio que ponga límites a la “brutalidad” política y ética que se expresa en actos como la impunidad, la violencia y el horror.



Propongo espacios para la memoria artística, donde las experiencias emocionales puedan materializarse a través de la creación, donde el dolor y los sentimientos destructivos puedan ser elevados al lugar de lo simbólico. Propongo un intersticio para preocuparnos -sólo un poco- de los vínculos solidarios, de la construcción de canales de comunicación que permitan tolerar la incertidumbre. Propongo un parque de los recuerdos, esquinas de la cultura, de historias, de monumentos, lugares llenos de todos los nombres posibles. No una sociedad que carezca de conflictos o dificultades, lo que insinúo, más bien es una sociedad que se preocupe porque el conflicto pueda pensarse, donde la voz altisonante deponga el fin de destrucción e instaure la negociación. Propongo que se implementen modelos educativos con estrategias genuinas que sirvan de pretexto para hacer memoria.

BIBLIOGRAFÍA:






BERISTAIN, C. (1989): “Justicia y reconciliación el papel de la verdad y la justicia en la reconstrucción de sociedades fracturadas por la violencia”. Editado por HEGOA. Instituto Universitario. Universidad del País Vasco Cuadernos de trabajo nº 27. Pág. 1-51.



BOHLEBER, W. (2007): “Recuerdo, trauma y memoria colectiva: la batalla por la memoria en psicoanálisis” Revista de Psicoanálisis Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires.Vol. XXIX Nº 1 Pág.43-75



FARFÁN, R (2008): “Maurice Halbwachs y el deber de la memora colectiva (actual) de la memoria colectiva”. Revista Anthropos: Huellas del conocimiento. Nº 218. Pág.55-67, Barcelona.



HALBWACHS, M. “Fragmentos de la memoria colectiva”.Atenea Digital, 2. Disponible en http://blues.uab.es/athenea/num2/Halbwachs.pdf



LARRIÓN, J. (2008): “El orden de la desmemoria. La condición social de la memoria fragmentada, las memorias combativas y la ignorancia de nuestro tiempo pasado. Revista Anthropos: Huellas del conocimiento. Barcelona. Nº 218. Pág. 68-84,



PÉREZ-AGOTE, J. (2008):“Memoria colectiva y socialización: Halbwachs y los durkeheimianos desde la crisis educativa de la modernidad”. Revista Anthropos: Huellas del conocimiento Barcelona, Nº 218. Pág. 85-95,



PUGET, J. (2000): “Traumatismo social: memoria social y sentimiento de pertenencia”. Revista de Psicoanálisis Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires, Vol. XXII, Nº 2, Pág. 455-482.

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