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martes, 6 de octubre de 2009

Vivir en contravía para no ser invisibles

“Tal vez todo lo que diga sea un pleonasmo”

Sucely Ariza De La Hoz



En su libro “Las ciudades invisibles” Italo Calvino (1998), describe a las ciudades como un conjunto de diversas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; lugares de trueque, no solo de mercancías, sino también, trueques de palabras, de deseos, de recuerdos. En todo este conjunto, las ciudades parecen como un todo en el que ningún deseo se pierde y del que cada hombre forma parte. Las ciudades no cuenta su pasado, simplemente lo contienen así como las líneas de una mano, escrito en las esquinas de las calles, en las rejas de las ventanas, en los pasamanos de las escaleras, en las antenas de los pararrayos, en las astas de las banderas, en los segmentos surcados por arañazos, muescas, comas e incisiones. En las ciudades invisibles no se encuentran ciudades reconocibles, todas son inventadas, son un sueño que nace del corazón de las ciudades invivibles. En este sentido, cada hombre lleva en su mente una ciudad hecha de diferencias, sin figuras y sin formas, es así como las ciudades particulares las rellenan.


“Contravía” es una ciudad en la que habita oculta una idea de hombre que está en construcción hasta sus últimos días “un ensayo de la vida, un hombre que debe andar con la cautela de un gato fiero para no ser devorado por la sociedad de masas”. En esta ciudad se potencia el deseo de estar vivos y el ejercicio reflexivo de pensar todo lo que sucede. En este territorio, cohabita de forma vehemente una experiencia de responsabilidad social, que privilegia los recuerdos, la escucha y la observación participante como metodología para construir una voz en la memoria.

“Contravía” no es una dirección prohibida en el sentido estricto de la palabra, es una ruta difícil pero aún transitable; no es una carretera sin destino, es una pregunta abierta para pensarla sin prisa y sumergirse en ella con paciencia, tomando el tiempo necesario para dotar de sentido cada explicación, cada historia.

Llega a mis manos y aparece ante mis ojos los colores de un semáforo-como diciéndome: ¡alto ahí, no saltes la escuadra!- un conjunto de historias con el estilo fresco y de sueño del caribe colombiano, un lugar para la retórica y la imaginación, una perspectiva fina, critica y aguda de Santo Tomás, “cuidad verde del Atlántico”, la cuidad que habita en la mente Pedro Conrado Cúdriz, la cuidad donde cada uno de nosotros ha plantado sus pasos, aquella que con generosidad el autor nos ha descrito para que no pase desapercibida y en el peor de los casos no llegue a ser invisible ante nuestros ojos.

Al leer “contravía”, me encontré viviendo y sintiendo como un habitante, me deleité con cada palabra, con cada historia como cuando disfruto un chocolate, me sentí muy cerca del amigo, del padre espiritual que me ha hablado muchas veces con el alma abierta y en ocasiones sin decir una sola palabra. Me encontré con Pedro, recorriendo el territorio sagrado de sus nobles sentimientos, expuestos como venas abiertas en esta palabra compuesta contra- vía.

Entendí que “contravía” es un culto a la memoria, es un puente entre el ayer y el hoy, es una apología a los abuelos cuyo significado cobra fuerza en la abstracción metafórica: “un abuelo es la representación viva de la mayor biblioteca del mundo en esa memoria se conservan con delicada nostalgia el pasado y los acontecimientos más poderosos y tiernos de cada pedazo de la humanidad.”

Este lugar me mostró una experiencia emocional vital, la forma de la resistencia, un espacio para rechazar lo absurdo, para desterritorializar el olvido y la indiferencia, contravía me dibujó el escenario que impulsa al encuentro con el aroma de un pueblo acogedor con “su olor rancio, su verde vida”, con seres imaginarios, con los “cachos de la luna” y “avenidas surtidas de camaleones”.

Esta ciudad es una invención, redentora y mística, una estrategia para no morir de aburrimiento, para matar el sentimiento de culpa, para purgar el pecado original de la incertidumbre. Este lugar es ausencia, presencia, piedra, arena, suelo, calor, lluvia, periferia, salsa y música. Es un alto en el camino para darnos cuenta de nuestras prácticas cotidianas, con quiénes vivimos y a quiénes hemos olvidado. Es un ejercicio profundo, exigente de mirar al otro. Contravía, “requiere de cierto aprendizaje para observarla, para conocer su alma y sus calles, para conocer cada rincón y cada prado, para conocer sus miserias; pero también requiere aprendizajes de una geografía literaria que nos permitirá conocer lo desconocido, la historia aparece oculta en cada piedra y en cada palabra de los abuelos…” (pág.6)

En “contravía” personajes del ayer dialogan con los del hoy, en una zona diversa y plural. En este lugar inventado existe magia, realidad, penitencia, danzas, risas; hombres y mujeres invisibles, creando, emitiendo sonidos, arte y vida: Juancho, Pablita Borja, Chano, Manuel Eusebio, Ricardo, Rosa, Tito, Tatiana, Ramón, Vera, entre otros. Personajes de siempre, personajes nuevos ante los ojos de los chicos de 15. Personajes con nombre de historia, personajes de esquina, personajes de carne y piedra, personajes que nos hablan con todo lo que les pasa, con todo lo que los habita; porque todo lo que les pasa es la vida misma. Rosa y el autorretrato como Frida Kahlo, Pablita y su vida de leyenda, asombrosa enhebrando una aguja a sus noventa y tantos para cerrar el ciclo de su vida.

Para finalizar, “Contravía” es un territorio que puede leerse a nuestro antojo, como mejor queramos, allí cada lector tiene la facultad de autorizar o excluir cualquiera de sus textos, sin haber pecado por omisión. Las puertas de este lugar aun transitable se abren y se cierran donde cada quien lo crea conveniente. Considero que merece segunda parte esta terca pretensión de tatuar en un papel todo aquello que la mente no puede contener. Volver a inscribir en el cuerpo, en la piel, en la mente, en el corazón, las pistas, las fórmulas para encontrar la acera desconocida de ese pequeño mundo si habitamos en “contravía”.

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