Mi lista de blogs

miércoles, 3 de febrero de 2010

LA MUERTE Y EL DUELO A TRAVÉS DE LA HISTORIA

A lo largo de la historia de la humanidad cada cultura ha abordado los duelos, la muerte y los fenómenos que emergen de ésta, de formas particulares y diversas. Los estudios realizados por Ariés (1975), muestran cómo era la actitud ante la muerte durante la Edad Media y cómo ésta se fue modificando con el curso de los años. Según Ariés (1975), durante la Edad Media, la actitud ante la muerte era familiar y domesticada sin que esto significara que antes la muerte fuera salvaje, como si lo es hoy en día (p.27- 28). Experiencias emocionales como el dolor y la agonía tenían gran valor religioso y se consideraban formas adecuadas de morir, era habitual que la muerte tuviera un carácter público, se esperaba en el lecho, era organizada por el propio moribundo que la presidía y conocía su protocolo (p.26). Era importante que los parientes, amigos y vecinos estuvieran presentes, los ritos eran aceptados y cumplidos de manera ceremonial, despojados de dramatismos y sin emociones excesivas.



Durante la baja Edad Media, la familiaridad con la muerte era una forma de aceptación del orden de la naturaleza, aceptación ingenua en la vida cotidiana y a la vez sabia en las especulaciones astrológicas. El hombre padecía en la muerte una de las grandes leyes de la especie, no soñaba ni con sustraerse de ella, ni exaltarla, la aceptaba sencillamente con solemnidad (p.37).



Hacia finales de la Edad Media, en las clases instruidas, la muerte adquirió un carácter dramático y una carga emocional que antes no tenía (p.43). Ocurre una revolución brutal de las ideas y sentimientos tradicionales ante a la muerte. La muerte familiar de antes, tiende a ocultarse y desaparecer. Se vuelve vergonzosa y objeto de censura (p.73). Se muere en el hospital y la muerte no es motivo de una ceremonia ritual que el moribundo preside en medio de sus parientes y amigos. La muerte se convierte en una cuestión técnica lograda mediante la suspensión de los cuidados; es decir, de manera más o menos declarada, por una decisión del médico y el equipo hospitalario pasando a ser responsabilidad de estos (p.74). Los ritos funerarios también se modificaron, era fundamental que la sociedad, el vecindario y los amigos percibieran lo menos posible que la muerte había llegado. Las ceremonias debían ser discretas y evitar cualquier pretexto para las emociones. Las manifestaciones perceptibles del duelo eran rechazadas y desaparecían. No se lleva ropa de luto, ni se adoptaba una apariencia diferente a la de los demás días (p.75-76). Si el dolor y la pena eran demasiado visibles inspiraban repugnancia, era señal de desarreglo mental o mala educación, era mórbido y al interior del círculo familiar se vacila en demostrar el dolor por miedo a impresionar a los niños, así que era mejor no llorar y si se hacía era mejor que nadie viera, ni escuchara. La cremación se convierte en una forma de sepultura que excluye el peregrinaje, es considerada el medio más radical de hacer desaparecer todo cuanto queda del cuerpo, de anularlo, olvidarlo (p.76).



En la sociedad contemporánea el duelo y la muerte tienden a ser confinados al mundo de lo privado. Esta prohibición ante la muerte para conservar la felicidad nace en los Estados Unidos a comienzos del siglo XX. El duelo se convierte en un espacio mórbido que es preciso controlar y borrar (p.79-83). En este sentido hoy día suele ser preferible una muerte que no turbe, que no ponga en compromiso a los supervivientes; así que por muy hondo que sea el dolor de los dolientes, cuesta manifestarlo de una manera pública, lo cual se evidencia en la preferencia de los familiares de realizar los ritos funerarios en estricta intimidad.



Es posible, que esta actitud ante la muerte haya sido influida por los efectos de la Segunda Guerra Mundial, en particular por la muerte y los genocidios tecnificados desde la cámara de gas en el campo de concentración, las armas químicas hasta la bomba atómica. Bajo este orden se llegó a una comprensión del cuerpo que pasa de un cuerpo libidinal “sagrado” dirigido a la sexualidad y al deseo, al cuerpo que era “controlado” por las estructuras del poder.



Según Agamben (1999), en los campos de concentración se vivía todo el horror de los cuerpos martirizados y era difícil tolerar al Musulmán como se le llamaba en el campo al prisionero que había abandonado cualquier esperanza, que había sido abandonado por sus compañeros, que no poseía un estado de conocimiento que le permitiera comparar entre bien y mal, nobleza y bajeza, espiritualidad y no espiritualidad. Era un cadáver ambulante un conjunto de funciones físicas ya en agonía (Agamben, 1999, p.41). El campo de la muerte era el lugar donde el hombre se transformaba en no-hombre, renunciaba a cualquier reacción, a sus cualidades de personas, se convertía en objeto y a pesar de mantener su apariencia de hombre dejaba de ser humano, perdiendo cualquier resto de vida afectiva o de humanidad.



Los campos de concentración marcan la ruina de toda ética de la dignidad. El hombre ha sido reducido a la “nuda vida”, se convierte en una maquina biológica, privada de toda conciencia moral, de sensibilidad y de estímulos nerviosos. La vida era reducida a la “Zoe” y no al “Bios”, el cuerpo de la víctima del Lager se convirtió en un cuerpo que podía escindirse en mercancías de uso: jabón, cepillos, relleno de almohada, etc. Todo esto muestra que la dignidad que se vio ofendida en los campos de concentración, no fue la dignidad de la vida, su “Bios”, sino la dignidad de la muerte, pues en los campos de concentración no se moría, se producían cadáveres sin muerte, no-hombres cuyo fallecimiento era envilecido como producción en serie (Agamben, 1999, p. 56-72).



REFERENCIAS:

Agamben, G., (1999). Lo que queda de Auswchwitz el archivo y el testigo homo sacer III. España: Pre-textos.

Ariés P. (1975). Morir en occidente desde la Edad Media hasta nuestros días. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora.


No hay comentarios: